¿Cuál es tu frecuencia?

Escribir o no escribir… ¡Prefiero ver Netflix!

¿Te gusta escribir? Me han preguntado. ¿Qué tan frecuente lo haces? ¿Tienes un horario? ¿Escribes todos los días o una vez a la semana? ¿Sobre qué escribes? Existe un sinnúmero de preguntas que te pueden hacer sobre esto. Por “esto” me refiero a la rutina de sentarnos en nuestro sillón favorito con la laptop sobre las piernas o tirarnos sobre una hamaca con cuaderno y lápiz.

Estoy leyendo un libro digital (eBook) que se llama Everybody Writes de Ann Handley sobre cómo mejorar o elevar nuestra escritura (me gusta la palabra elevar porque me hacer sentir que voy hacia el “Olimpo”). Bueno, como mejorar lo que escribimos para comunicarnos de manera eficiente. En este libro ella nos dice que tú, yo, todos, somos escritores, solo que usamos diferentes medios o plataformas para hacerlo (¿Tienes Instagram? ¿Facebook? ¿Twitter?). No diré más a ver si te animas a buscarlo.

Entre los muchos puntos de interés que se mencionan en el libro hubo uno en particular que me hizo mover la cabeza en señal de aprobación. Y ese era que para mejorar debemos empezar y hacerlo de manera frecuente. En otras palabras: Tenemos que escribir constantemente y crear el hábito. Esto también aplica para lo que sea que hagas, lo que sea que te haga dejar de ver Netflix o que te tiente a no salir un sábado por la noche.

Pasa, y mucho, que uno no siente ganas de presionar el teclado, por las razones que sean. Escribiendo el primer cuento de “Jericó” me pasó. Razones: día pesado en la oficina, ánimos por el piso, cansancio físico y mental, otras obligaciones, o todas las anteriores. Por cierto, entre esas “otras obligaciones” incluyo la actuación. ¿Te dije que hago teatro? ¡Sí, también soy actor!… de medio tiempo, bueno, soy medio-actor. Tú entiendes. Lo puse en mi BIO (por cierto, si quieres ver qué tan grande eran mis orejas a los cinco años, haz clic aquí).

Retomemos. Y la lista de excusas para no abrir Word o escribir en el cuaderno y terminar el bendito párrafo o capítulo se extiende multiplicada por mil. Cuando decidí que quería mejorar, que quería ser como los grandes escritores a los que admiro (¿sabes quién es Arundhati Roy? Búscala, es ¡guau!), tuve que ponerle un esfuerzo consciente al asunto. Y mira que escribí la palabra consciente en negrita. ¿Por qué? Porque no hay otra manera. Más bien no existe otra manera de hacerlo. Es una decisión. Es un momento poco sublime que te llega de golpe, como un “¡BAM! – ¡POW! – ¡ZAZ!” a lo Batman retro. Estás acostado sobre el sofá pensando en que quieres comer Häagen-Dazs o sentado en medio de una reunión de la oficina de la que quieres huir. Pues ahí, sentado en el inodoro, a punto de halar la cadena, entiendes que todo tiene sentido. Lo ves tan claro. Sabes que no existe otra forma. Que para lograr aquello uno debe ponerle esfuerzo, hacer el trabajo y practicar.

De manera muy intencional, a partir de ese instante, empezar a tomar decisiones que nos acerquen paso a paso hacia aquello que anhelamos alcanzar. Y sí, es una decisión diaria, de momento a momento. Nadie la elige por ti. Nadie la toma por ti. Es más, a nadie más que a ti le interesa. Y así debe ser. Lo que sea que te motive, tu por qué, debe significar algo para ti y nadie más.

En mi caso me ha tocado crear el hábito. Sentarme todos los días a escribir lo que sea, aunque lo que escriba no tenga nada de sentido. Una oración. Un párrafo. OK, dos. ¿Se lee bien? ¿Se entiende? No sé, pero ahí me ves, escribiendo, avanzando. Y porque no decirlo, mejorando. Como lo mencioné en mi artículo anterior. Hay que tener paciencia. Es un proceso que toma tiempo y dedicación. Crear hábitos no es sencillo, para mí no lo es. Son acciones conscientes y determinadas para obtener un fin específico.

¿Cuál es tu fin? ¿Acaso una oración bastará? ¿O deberían ser dos? ¿Tres? No. Quizás un párrafo. No lo sé. Todos aprendemos de maneras distintas. Tampoco sé si existe una formula exacta que te diga: Sí, son dos oraciones como mínimo que debes escribir al día. Lo que sí sé es que debo hacerlo, debo escribir sobre lo que sea, aunque no tenga nada que ver con mi historia. El ejecutar la acción activa mi mente. Mi cerebro cambia y de aquella pequeña oración surge una pregunta o una idea y nace la segunda línea; y sin darme cuenta vienen más, hasta que ya tengo un tema, o historia, que me engancha y no lo puedo soltar.

Hay ciertas cosas que me han funcionado y que quiero compartir contigo:

  1. – Escribe a la hora que más te convenga. Cuando tengas energía y la mente despejada. Tú conoces tu cuerpo, sabes en que momentos del día tienes energía y ánimo. Aprovecha esos momentos. Las ideas fluirán más fácil. En mi caso hay momentos o periodos durante el día que me funcionan: en las mañanas y en las noches.
  2. – A la pregunta: ¿Por cuánto tiempo escribes? No le tengo una respuesta definitiva. Depende. Veinte minutos, media hora, una hora en cada período, pero ha habido periodos de diez minutos. El plan es hacerlo, crear la frecuencia, por lo menos cinco días a la semana. Mi plan es que siempre sea de media hora como mínimo, pero como en todo, a veces los planes cambian. Solo recuerda, cada uno sigue su propio manual o tomamos referencias prestadas de lo que otros han hecho antes que nosotros.
  3. – Crea el hábito. Al principio, cuando estás comenzando a crearlo, se siente como una obligación. “Debes hacerlo”, me decía. “Siéntate”. Lo importante es que lo hice y me ayudó a crear la costumbre y mantener el ritmo. Y sí, es importante crear la base para convertirte en un mejor escritor. No hay atajos. Lo repetiré, debemos hacer el trabajo. Que en mi caso es: ¡Siéntate y escribe!
  4. – Visualiza y actúa. Imaginarme las escenas y los diálogos me ha ayudado, y mucho. No solo visualizo a mis personajes y sus conversaciones. Veo mas allá. Veo el ambiente. Escucho los ruidos. Siento el olor de la tierra mojada después de la lluvia o la brisa cálida de verano. Imagínatelo todo. Y actúalo. Levántate y actúa la escena. Camina como tu personaje. Habla como tu personaje. Di los diálogos en voz alta. Al visualizar y actuar despierto mi imaginación, se activan los “jugos” creativos (esto es un calco del inglés) Y cuando siento esa energía fluir, mantengo el momento y escribo lo que vi e hice.
  5. – Encuentra un espacio para ti. Crea el ambiente. ¿Necesitas música, sonidos de olas o de la lluvia? ¿Prefieres el silencio? ¿Velas? ¿Incienso? (Asegúrate de tener un extintor cerca). Lo que sea que te lleve a ese estado ideal. Búscalo, créalo. ¿Necesitas que tu escritorio este limpio? ¿O prefieres escribir en un Café y ver a la gente pasar? Nadie mejor que tú para saber qué tipo de lugar y que clase de sonidos te animan y despiertan tu creatividad.

Hay poder en las cinco cositas que he compartido. En lo personal, mi día a día ha cambiado. Ya Netflix no es tan importante, aunque siempre esté la tentación de ver algún episodio de mi serie favorita (MAD MEN, ¿alguien?) Y estoy seguro de que siempre habrá tentaciones y distracciones, pero recuerdo mi por qué. ¿Por qué quiero escribir? Descúbrelo también en mi blog anterior. Para serte franco, cuando no escribo, lo extraño (Y aclaro, está bien tomarse uno o dos días libres e inspirarse con el trabajo de otros, ya sea a través de libros, TV, pintura, teatro, etc.)

¿Cómo haces tú? Cuéntame tu experiencia, quiero leerla.

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