Tomados de la mano caminamos hacia la luz. Brillaba tanto como el sol, pero no lastimaba los ojos. Sentimos paz, solo paz, no había nada más por sentir. Lo abarcaba todo; impregnaba el aire, cada sitio y pensamiento.
Compartimos una mirada cómplice, de esas cargadas de recuerdos que germinan en el silencio. Sonreímos con gratitud. La experiencia sería maravillosa, lo sabíamos. Luego, vimos a los demás.
Eran muchos, cientos, miles, un sinnúmero finito revelado para mí, mas no importaba. Ya no. Todos bailaban y, sin darnos cuenta, nosotros también. Reíamos, bañados por una niebla ligera que nos transformaba en destellos así como a los otros.
Todos, agarrados de manos, nos movíamos al unísono; libres, pero unidos, respirando como uno. Y eso éramos, uno. Uno y ninguno, todo y nada a la vez; sentíamos todo al mismo tiempo, empapados por una cascada de luz traslúcida. Ahí lo comprendimos. Allí lo sentimos. El amor. Por fin se hizo claro que nosotros siempre lo fuimos.
Jirac Caro
#Microrrelatos